Allí contamos con la presencia de Mons. Latre, sacerdote español y testigo ocular de los acontecimientos vividos en Barbastro, España, para el 1936. Fue conmovedor ver como jóvenes de menos de 25 años entregaron sus vidas por no renegar de su fe y amor a Cristo Rey.
El sábado 29 de febrero tuvimos nuestro segundo día de Convivencia. En esta ocasión nos encontramos en el Coliseo de nuestro pueblo “Luis Aymat”. Los jóvenes conviventes fueron recibidos por un grupo de mártires, entre ellos nuestro santo patrón San Sebastián, representados por un talentoso grupo de jóvenes católicos de nuestra parroquia. Fue un día intenso, lleno de alegría juvenil pero a la vez impregnado de un clima sobrenatural que solo puede comprenderse y explicarse a la luz del Espíritu Santo. Temas, dinámicas, veneración de nuestra Madre María y una bellísima “Hora Santa”, podríamos decir que fueron algunas de las experiencias que tuvimos ese día. Acompañados por María nos pusimos a los pies de Jesús Eucaristía y de Él recibimos la paz y el consuelo que tanto anhela nuestra alma.
“Amor se escribe con sangre”, este fue el lema de nuestra Convivencia, palabras que poco a poco se fueron grabando en nuestro corazón al caer en la cuenta de que nuestros nombres están grabados con sangre en el corazón herido de Cristo. Jesucristo quiso revelarnos el rostro del Padre amándonos hasta el extremo con el derramamiento de su sangre en la cruz. Así también muchos hombres y mujeres a través de la historia han respondido a este amor movidos por el Espíritu Santo. “No hay amor más grande del que da la vida por sus amigos.”Jesús es nuestro amigo y lo ha demostrado con sangre, por eso nosotros no podemos sino estar dispuestos a derramar nuestra sangre por él.
El pecado nos hace creer que no podemos, que la vida cristiana es imposible, que no merece la pena seguir a Jesús hasta la cruz. Por eso invocamos continuamente al Espíritu Santo, pues reconocemos que ciertamente nuestras fuerzas son pocas, pero sabemos que si nos abrimos a su acción fecunda recibiremos en nuestro corazón al mismo Cristo grabado con fuego y sangre.
Los tres días de Convivencia fueron para todos los allí presentes, jóvenes y servidores, una experiencia de la misericordia infinita de Dios. De alguna manera pudimos crecer en santos deseos de dar la vida por amor a Dios y a los hombres. Ahora nos toca seguir dando testimonio de este amor que se nos ha revelado. Como jóvenes católicos que estamos en este mundo, pero vivimos con la mirada en el cielo porque sabemos que no somos de este mundo. Estos son los nobles sentimientos que el Señor se dignó infundir en nuestros corazones como fruto de esta Convivencia juvenil, sinceros deseos de poder dar la vida cada día en las cosas pequeñas, para que algún día podamos recibir la corona de gloria que no se marchita.